Correspondencia.


































Me has dado en la pantalla aquella foto
¿Me perdonas si te digo que la amé?

La fotografía de su rostro
no podrá ser jamás borrada
como ese abrazo que le di una tarde
Y ella frágil, diminuta, entró a mi abrigo y se deshizo.

Me quedo contemplado aquella imagen
como el hombre que quiere ser dueño del futuro
para no cambiar ese pasado;
con la mirada en alto.

Lo que te escribo es un poema con la cabeza gacha
Aunque el poema protestará contra esa muerte,
la muerte será fundamentada.
Al menos como impulso de protesta te escribiré con estas líneas:

Los huesos, las rosas, los féretros y heridas,
todo se convierte en el poema
y el poeta y tú como lector son los bailarines
de la materia de esos sueños,

Aunque no creas.
En ese rostro
también está mi fin y el tuyo impreso.
Ángela me enseñó que se levantan casas y tantas como caen.
Que se desmoronan, amplifican,
se las destruye y reverdece.

Cada vez que lo recuerdo
aparece un campo abierto para nuevas construcciones
o una fábrica que humea contra el cielo barrido por el viento
y sobre él esa sonrisa que recuerdas como un gesto.
Se me hace un nudo en la garganta.

Las casas viven y mueren, me decía,
hay un tiempo para construir
y un tiempo de habitar
y engendrar espacios nuevos
y un tiempo para que el viento rompa de una vez por todas
tantas gotas que lastiman sin mojar los cielos ni envigados
que llegaron al sótano profundo y gotearon por las sepulturas.

Muevo las cortinas de su risa
como un lema silencioso en los pasillos de la escuela
y me apropio de estos versos para ella:

Vieja piedra para edificio nuevo,
vieja madera para hogueras nuevas,
viejas hogueras para cenizas,
y cenizas viejas para la tierra.

que ya es hueso y piel de animal nuevo
por donde la siguen todos sus alumnos
o profetas.

A sus clases que no terminan todavía.

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